No puedo evitarlo; hoy estoy un poco triste. Casi siempre los cambios llegan a tu vida de golpe y sin avisar, y eso es justamente lo que me ha ocurrido en estas últimas semanas en Huesca.
“Todo era silencio. Las paredes del palacio real parecían absorber el sonido discordante de mis temblorosos pasos. Nunca había hablado en persona con el rey monje, sin embargo, había oído muchísimo sobre él en los últimos meses. La verdad es que la política y los entresijos urdidos en ella no me interesan demasiado. Mi dedicación es más sencilla y no me preocupa nada más que hacer bien mi trabajo: entregar cartas, documentos, actas o misivas. Llegar a tiempo y ser lo más eficiente en mi tarea es mi fundamental misión. Si bien es cierto que en estas semanas de revuelos y levantamientos la ciudad se ha convertido en ruido, en voces tan atronadoras que ni siquiera yo he podido evitar ser avasallado.
Esta vez decidí atravesar la comarca siguiendo un recorrido poco conocido, y transitar su belleza de sureste a noroeste, tomando el Camino de Santiago.
¿Quién no siente fascinación por una ruta que mueve sensaciones, que habla de soledad y solidaridad, de patrimonio y cultura?
Todavía me quedan aspectos que descubrir de este maravilloso entorno que recoge el territorio de la Hoya de Huesca, por eso decidí sumergirme de lleno en la aventura: ¡descender un barranco por el río Formiga!
Estaba emocionada. Ese día me levanté radiante, aunque también nerviosa y atolondrada, pero sintiendo que iba a ser un día para recordar, y para llevar conmigo, siempre.
Aunque la zona más septentrional de la comarca es la más renombrada y conocida, el sur tiene algo que embruja.
El mes pasado os hablaba de la belleza de Piracés, de su Peña Mediodía y de la sugerente escultura situada en La Corona, “Árboles como arqueología”, de Fernando Casás. Este mes he querido mantenerme entre los paisajes esteparios y áridos que dominan en esta dirección.