Esta vez decidí atravesar la comarca siguiendo un recorrido poco conocido, y transitar su belleza de sureste a noroeste, tomando el Camino de Santiago.
¿Quién no siente fascinación por una ruta que mueve sensaciones, que habla de soledad y solidaridad, de patrimonio y cultura?
Todavía me quedan aspectos que descubrir de este maravilloso entorno que recoge el territorio de la Hoya de Huesca, por eso decidí sumergirme de lleno en la aventura: ¡descender un barranco por el río Formiga!
Estaba emocionada. Ese día me levanté radiante, aunque también nerviosa y atolondrada, pero sintiendo que iba a ser un día para recordar, y para llevar conmigo, siempre.
Aunque la zona más septentrional de la comarca es la más renombrada y conocida, el sur tiene algo que embruja.
El mes pasado os hablaba de la belleza de Piracés, de su Peña Mediodía y de la sugerente escultura situada en La Corona, “Árboles como arqueología”, de Fernando Casás. Este mes he querido mantenerme entre los paisajes esteparios y áridos que dominan en esta dirección.
La contrastada diversidad de la comarca es algo que siempre ha llamado mi atención poderosamente.
Cierto es que mi infancia y adolescencia han transcurrido en una tierra, Turquía, llena de discordancias y variedad en aspectos tan heterogéneos como la religión, la gastronomía, el arte, la cultura, y también la naturaleza.
Sin embargo, aquí, en La Hoya de Huesca, me sigue fascinando que toda esa diversidad se da en escasos kilómetros de diferencia: un día puedes subir al Salto de Roldán y contemplar los efectos de la nieve o de la niebla, y casi al mismo tiempo, bajar al llano y darte cuenta de cómo los paisajes esteparios enlazan con los Monegros; y todo en apenas 40 kilómetros de distancia entre un punto y otro… Impresionante. No hay palabras que describan el alcance estético de un viaje tan fascinante como este…