“Todo era silencio. Las paredes del palacio real parecían absorber el sonido discordante de mis temblorosos pasos. Nunca había hablado en persona con el rey monje, sin embargo, había oído muchísimo sobre él en los últimos meses. La verdad es que la política y los entresijos urdidos en ella no me interesan demasiado. Mi dedicación es más sencilla y no me preocupa nada más que hacer bien mi trabajo: entregar cartas, documentos, actas o misivas. Llegar a tiempo y ser lo más eficiente en mi tarea es mi fundamental misión. Si bien es cierto que en estas semanas de revuelos y levantamientos la ciudad se ha convertido en ruido, en voces tan atronadoras que ni siquiera yo he podido evitar ser avasallado.
Todo era silencio. Mi caminar era lento y desconfiado. No es muy habitual que el rey lo llame a uno de madrugada, con especial premura y queriendo entregar el mensaje en persona, sin intermediarios. El asunto debía ser especialmente delicado.
Todo era silencio. El salón del trono parecía frío y desangelado, a pesar del continuo crepitar de las ascuas de fuego en el hogar, y de la presencia de su majestad, su esposa, y yo.
Todo era silencio. Todo, hasta que el rey, después de mesarse la barba continua pero lentamente, decidió robarle protagonismo al mutismo y me dijo:
-Fiel mensajero, caminante incansable y valiente encargado de proteger los más altos asuntos del reino… Sé que no es habitual despertarte a estas horas de la madrugada, sin embargo, aquello que estás a punto de emprender bien merece el más irritante de los desvelos. Necesito que entregues esta carta a mi antiguo maestro, Frotardo, y para ello habrás de cruzar los Pirineos y llegar hasta las cercanías de Narbona, donde se encuentra el Monasterio de San Ponce de Tomeras. Una vez allí, entregarás fielmente la carta que deposito ahora en tu zurrón, con ansias de esperanza, con ansias de encontrar una respuesta a las turbulencias que se hayan en mi alma y mi corazón, con ansias de dar paz a esta tierra que amo tanto, a este reino que ha de convertirse en un gran reino cristiano sin parangón en la península.
-No lo dude, su majestad. El mensaje será entregado diligentemente, con precaución y fidelidad al reino, y a vos.
-Ve con Dios.
Todo volvió a ser silencio. Desandando mis pasos me di cuenta de que aquella iba a ser una de las tareas más delicadas que iba a recibir en toda mi vida. No hubo tiempo que perder. Salí del palacio y tomé de las riendas mi caballo. Iba a ser un viaje largo, intrincado y duro, pero a la vez muy excitante.”
Cada vez que entro en el salón del trono del antiguo Palacio Real de Huesca mi imaginación no deja de recrear mil escenas que pudieron sucederse entre estas paredes ahora desnudas. ¿Qué pensaría el mensajero?, ¿cuáles serían sus miedos?, ¿y el rey?, ¿y los nobles?, ¿cómo se sucedería el castigo realmente?, ¿qué opinaría la gente?...
El comienzo de la leyenda de la campana de Huesca es mágico, y su final, estremecedor y sorprendente. El relato mezcla la intriga, la sospecha, el miedo y la sorpresa; todo un cóctel inquietante que se antoja perfecto para estas fechas.
Recuerdo la primera vez que me contaron la historia del rey monje. Fue hace un año y medio, aproximadamente. Mi amigo Roberto vino a visitarme desde Jerez de la Frontera y me pareció que podía ser divertido hacer un recorrido guiado a Huesca y entender lo que llevaba viendo durante unos 6 meses.
Dicho y hecho. Esa misma semana, un sábado a las 11 de la mañana, nos unimos a ese tour monumental que nos llevaría a descubrir los misterios de la ciudad, de sus monumentos y de la leyenda, culminando en dos puntos imprescindibles para entender el significado de la campana de Huesca: el ayuntamiento y el Museo Provincial.
Tras conocer la iglesia del antiguo monasterio de San Pedro el Viejo y la indiscutible belleza de su claustro románico, el guía nos acompañó hasta el puntiagudo perfil gótico de la catedral, cuya portada nos fascinó, sobre todo por la expresión plástica de esa dualidad de cielo vs infierno que encontramos en el parteluz, donde la Virgen aparece pisando a la tentación y el pecado. Justo en frente, el Ayuntamiento, que guarda desde la década de los 50 del siglo XX el fantástico cuadro de José Casado del Alisal, pintado en 1880, generoso depósito del Museo del Prado, y que causa verdadero estremecimiento al ser contemplado por primera vez. Los rostros estupefactos de los nobles que visitan la masacre acometida por el rey, la división del lienzo en dos espacios de diferente calidad lumínica: una fantasmagórica, junto a Ramiro, que se halla autoritario junto a las cabezas cortadas, y el badajo, que pone de relieve la metáfora de una campana que resonó finalmente por todo Aragón gracias a los protagonistas de ese segundo espacio, más iluminado pero aterrador también, en el que los nobles muestran sus rostros de sorpresa y temor.
Para entender de forma completa la leyenda hay que volver al primer punto: el palacio de los Reyes de Aragón. Este edificio del siglo XII se encuentra anexo al Museo Provincial de la ciudad, antigua Universidad Sertoriana.
Hoy el Palacio presenta una gran desnudez. Pero quizá sea sólo a través de ella como la imaginación se torna más prodigiosa. Quizá sea esa desnudez la que nos permita llenarla y vestirla con nuestras voces, con los diferentes escenarios imaginados, y así hacer rebosar el aire que los llena con antiguos personajes, con antiguas presencias, intrigas y alianzas de poder.
El recorrido puede ser más o menos largo, más o menos intenso, pero las posibilidades no se agotan aquí, porque la Hoya de Huesca esconde aún mucho más que ofrecerte en este próximo mes de noviembre.
Ojalá os resulten los descubrimientos tan fascinantes como a mí.
Un abrazo,
Selnur.