Sobre una potente elevación del terreno, en la orilla derecha del río Gállego, se despliega escalonadamente el caserío de Murillo.

La llegada hasta la población resulta sumamente espectacular. La carretera que nos lleva está flanqueada por un paisaje que poco a poco se convierte en monumental y absorbente: a un lado Murillo, con Peña Rueba al fondo, y al otro lado, Riglos, y sus espectaculares mallos como sempiternos guardaespaldas.

La subida hasta el centro de la población habrá de ser sosegada porque la pendiente así lo requiere. En la plaza mayor encontrará el ayuntamiento y la iglesia parroquial de San Salvador, templo románico del siglo XII, como así lo atestigua la cripta del Santo Cristo, y el ábside monumental del templo, aunque parte de sus muros pertenecen a épocas posteriores.

Mallos de Riglos desde Murillo

Si seguimos subiendo, perdiéndonos entre el entramado laberíntico de sus calles, llegaremos hasta el núcleo primigenio de la localidad, donde se sitúa la ermita de la Virgen de la Liena, de cuyo edificio original sólo se conserva una ventana geminada con dos arcos en uno de sus muros.

No muy lejos de allí, en el punto más alto de la población, donde existió una pequeña fortaleza defensiva, se ha creado un parque geológico. Desde este enclave se puede entender mejor la naturaleza que nos rodea, así como disfrutar de las espectaculares vistas panorámicas de la Galliguera, con Riglos en un excelente punto fotográfico.

Una de las citas más importantes del año en Murillo es el momento del descenso de las nabatas por el río Gállego, en torno a la festividad de San Jorge, el 23 de Abril.

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La localidad celebra sus fiestas el 24 de agosto por San Bartolomé, y en enero las hogueras de San Sebastián.