En la extensa llanura de la comarca, en sentido Barbastro, se sitúa la pequeña localidad de Quicena.

Como villa fue donada por Sancho Ramírez y Pedro I en 1086 a la Abadía de Montearagón.

Su trazado urbano toma como punto de partida el templo parroquial, dedicado a la Asunción de la Virgen, obra del siglo XVIII.

En los alrededores de la población encontrará la ermita de San Pedro, hoy en ruinas; además, un antiguo acueducto que algunos datan en el siglo II y es por ello que podría ser probable su origen romano, aunque no se certifica con seguridad.

Sin embargo, la obra cumbre que enriquece el paisaje de Quicena es el Castillo-Abadía de Montearagón. Se trata de una fortaleza construida en el siglo XI por mandato de Sancho Ramírez. Sirvió así para conquistar la plaza musulmana de Huesca en 1096, en tiempos de Pedro I. El binomio castillo-abadía es muy frecuente en el Reino de Aragón y en este caso el centro religioso mantuvo su esplendor hasta el siglo XIX, momento en el que las diferentes desamortizaciones causaron su abandono. De esta manera, parte de su patrimonio se conserva hoy en el Museo Diocesano de Huesca, caso del retablo de alabastro de Gil de Morlanes el Viejo, y el sepulcro de Alfonso I el Batallador, ubicado en el Panteón Real del claustro de San Pedro el Viejo de Huesca. 

Quicena celebra sus fiestas el 25 de julio, en honor a Santiago Apóstol.