Silencio, calma, sosiego… son fuerzas prácticamente inalcanzables hoy en día. Sin embargo, en el Castillo de Montearagón, casi puedes tocarlas… Esa es la fascinante sensación de un monumento como éste. Una suerte de paradoja casi cómica. Porque hace más de 900 años la calma y la quietud, que hoy son intrínsecas a dicha fortaleza, no eran más que una utopía lejana en las conversaciones, tramas y estrategias que se tejían durante el reinado de Sancho Ramírez.
Hace ya… ¡dos años! Madre mía… cómo pasa el tiempo… Parece que fue ayer cuando las circunstancias personales me trajeron aquí, a esta tierra tan hermosa. Una tierra que poco a poco se ha convertido en el mejor regalo que ha podido llegar a mi vida.
Con la ilusión que generan las primeras nieves de la temporada empezamos el mes más mágico del año, aunque también ¡el más corto! Y es que entre tanta fiesta y entretenimiento, tan pronto como diciembre asoma su perfil lo perdemos en el horizonte, dejando atrás un año más y recibiendo el año nuevo entre desconcierto y perplejidad.
¡¡Sí!! ¡¡Por fín!! Parecía que el otoño estaba empezando a transmutarse en “veroño”, pero no, el naranja ya está aquí, combinando con los verdes apagados y el amarillo tintado. La belleza de los cambios estacionales es impagable, y aquí, no tiene precio.
¿Te apetece gozar de una mañana despejada donde el color sea el protagonista? ¿Te imaginas una cumbre desde la que contemplar los contrastes de un otoño luminoso y colorista? Entonces estás en el sitio y en el momento adecuado. Los caminos de la Hoya de Huesca son infinitos para recorrer los cambios de estación, las fases de la caída de las hojas y su transformación en manto de bienvenida a una época de reposo, de escalonado letargo, de necesario descanso de los bullicios del verano.